lunes, 25 de noviembre de 2013

TTour 2013: comenzando a soñar


 
Uno se siente raro cuando está a punto de cumplir un viejo sueño. En mi caso hacía unos veinticinco años que anhelaba ver un Tourist Trophy en vivo. Desde que estaba en el instituto y leía las crónicas de las carreras, que eran parcas en contenido, pero suficientes para que me impresionase esa competición en esa extraña isla. Ya era hora. Esta vida es corta y pasa rápido. Joder si pasa rápido. Cuando tenía tiempo no tenía dinero, y cuando tenía dinero no tenía tiempo. Y así un año, y otro, y otro… y llegó noviembre del año pasado, un mes después de haber estado más de dos semanas milleando por el norte, con el culo aún dolorido por esa tabla que llevo por asiento. Entonces por fin me planteo el viaje en serio. Entro en la web de Steam Packet, los ferrys que operan en Isla de Man, pensando que todavía no estarían a la venta los billetes (iluso de mí), y veo que ya estaban agotados para las fechas que había planeado. La indecisión se apoderó de mí, pero entonces mi dedo índice tomó la iniciativa sobre el ratón. Clic, clic, clic, clic,… No tardé ni cinco minutos en reservar mis billetes. No debía pensarlo, no podía dejarlo para otro año. Era hora de ir a La Isla.
Esos meses de espera no pasaron tan rápido, más bien se hicieron eternos. Mi estancia en Isla de Man sería de diez días, llegaría el primer día de la semana de entrenos y me iría el tercer día de la semana de competición. Al final me perdería dos días de carreras, pero eran las migajas que me habían quedado por reservar tan tarde. De paso haría una toma de contacto con Inglaterra, Escocia e Irlanda, y a la vuelta volvería por Francia visitando Bretaña, región en la que estuve dos semanas de intercambio en mi época institutera. Todo pintaba de maravilla antes de partir… pero las expectativas de este viaje se quedaron cortas, muy cortas, porque la magia que viví en ese mes me acompañará toda la vida.
 
 
A pesar de tener callos en el culo de montar en moto, este era mi primer gran viaje por el extranjero en solitario (porque Portugal no cuenta…), y antes de salir sentí algo que nunca había sentido al coger una moto: miedo. Y no, no me entendáis mal. No era un miedo a la moto, a conducir al revés, a tener un accidente u otras cosas escabrosas. Era miedo a que cualquier gilipollez me chafase mi sueño. No me gusta viajar con la sensación de tener que cumplir un horario o un plan, pero teniendo que coger cuatro ferrys… pues me acojonaba bastante que cualquier pequeño percance, como un pinchazo, me hiciese perder uno de estos barcos de los que dependía en gran parte mi viaje. Por suerte esa sensación se disipó al embarcar en el primero, el que me llevó a Portsmouth desde Santander, ese de la foto de cabecera.
 
Pero vayamos por partes. Una vez que compré los billetes de la Steam Packet a Isla de Man, desde Inglaterra a la ida, y hacia Irlanda a la vuelta, me puse a redondear el viaje. Tras cruzar la península cogería el primer ferry de Santander a Portsmouth. Atravesaría Inglaterra hasta Escocia y luego iría por la costa oeste inglesa hasta Heysham, donde embarcaría a Douglas. Después del Tourist Trophy tomaría mi tercer barco, hacia Larne, cerca de Belfast. Recorrería Irlanda durante casi una semana y finalmente cogería el último ferry, de Rosslare a Cherburgo. Y ya en Francia alargaría la bajada más o menos dependiendo de la pasta que me quedase. Tras reservar algunos albergues y Bed&Breakfast el plan de ruta estaba trazado. La emoción era poca
 
 
La moto no la preparé especialmente, la confianza que tengo en ella es muy grande. Digan lo que digan de las motos italianas, mi Mille ha sido testigo más de una vez de como una japonesa ha dejado tirado a algún amiguete, pero ella va como un reloj. Una buena revisión, líquidos nuevos y lista. Eso sí, estrenaba un GPS bajo la cúpula para este viaje, lo que fue un gran acierto. Le saqué partido para aprovechar mejor el tiempo, no perderme, encontrar e improvisar rutas y localizar sitios de interés. Queda raro en una deportiva, pero es efectivo a tope. Alforjas y bolsa sobredepósito ya tenía, así que no necesitaba nada más. Bueno, la moto no. Pero se hizo necesario renovar el equipo personal. La cordura y el Gore-Tex hicieron acto de presencia, no parecía conveniente hacer un viaje de este tipo y por esos lares con un mono de cuero de una pieza y las botas de Robocop.
 
 
Debía estar un lunes en Santander y pensaba atravesar la piel de toro el día antes, pero las ganas de estar encima de la moto pudieron conmigo y el viernes por la tarde me puse en marcha. Poca cosa, una etapa prólogo hasta Jaén en la que me diluvió todo el camino, incluso me granizó durante un tramo tras pasar Granada. Pero el agua en carretera no me preocupa, ahora, en ciudad es otra cosa. Entré por la Avda. de Granada, y joder, no recordaba lo que deslizaba el “asfalto” de sus rotondas mojado. Estuve a puntito de irme al suelo por esquivar a una kamikaze con un Seat Panda… hijaputa, estaba empezando y ya me estaba poniendo a prueba el corazón. Muy bueno también el suelo liso de la gasolinera con sus charcos de gasoil mezclado con agua… Y es que no exagero, la maniobrabilidad de una deportiva hasta arriba de carga es nula. Con agua hay que ir con pies de plomo.


Esa noche, en la mejor compañía posible, brindamos con Alcázar por los viajes soñados. Por la mañana, sin madrugar demasiado, me puse rumbo a Madrid. De nuevo la lluvia me acompañó todo el camino hasta poco antes de llegar a Tres Cantos, donde disfruté un buen rato de buenos amigos. Después de comer y con unos escuderos de auténtico lujo, partí hacia El Espinar, en Segovia, donde paré un ratito a saludar a un grupo de asilvestrados que estaban de parranda. Buena gente. Ya en ruta, de nuevo en solitario y sin la nieve que nos encontramos en el Alto de los Leones, enfilé Salamanca, donde pasaría la noche. Pero pocos kilómetros antes de llegar, tuve una de las dos cagadas del viaje. Hacía lustros que no me pasaba, creo que sólo una vez con mi vieja GPZ… Nada, que me quedé tirado en la autovía sin gasolina.
 
 
Al menos no llovía. Y el caso es que la reserva me duró unos cuarenta y cinco kilómetros. Iba por autovía, confiado en encontrar una gasolinera, y nada de nada. En fin, menos mal que estaba cerca de la casa de mis amigos y acudieron al rescate en pocos minutos. Qué vergüenza, encima que me daban cobijo tuvieron que hacer de asistencia en carretera. Gracias por todo, pareja. Ese día aprendí a utilizar el GPS para buscar gasolineras, cosa que me vino muy bien en más de una ocasión. Haría el pardillo por otros motivos, pero no por quedarme seco. Esa noche, por cierto, seco no me quedé. Hay que decirlo en negrita: tapear por Salamanca es un gustazo. Y más si vas con anfitriones de lujo como yo. Me encantó el ambiente, las tapas, los garitos. Creo que tendré que volver y dedicarle más tiempo a esta pedazo de ciudad.


El domingo por la mañana era el Gran Premio de Francia, tocaba sufrir a los comentaristas, pero antes fui testigo de un trueque motero. Una enduro por una naked de gran cilindrada. Mola ver que en estos tiempos tan jodidos algunos aficionados se entienden para disfrutar de nuevas monturas. Dani Pedrosa ganó, Crutchlow y Márquez le acompañaron en el podio. Y yo me subí de nuevo en la moto. Poco después de partir empezó a llover con ganas, y no vi el sol hasta poco antes de llegar a Santander. Fue un trayecto incómodo, con mucho viento. Pero había que celebrar esos primeros mil kilómetros. Como no, con un par de pintas y unas rabas del Gelín.


Al día siguiente me desperté con la misma sensación que tenía de crío un Día de Reyes. Cargué la Mille y me fui en busca del Cantábrico. Después de perderme un poco por las obras del nuevo Centro de Arte del amigo Botín, por fin acerté con la entrada al puerto. Tras pasar las garitas de control de la naviera y de la policía, llegué al muelle donde estaba atracado el ferry. Nunca voy a olvidar la emoción que sentí al verme rodeado de compañeros motards entrando en la bodega del Pont-Aven… ¡Ahora sí que empezaba el viaje!


Entras a la gran bodega, te indican donde dejar la moto, ves como la amarra el marinero y subes para arriba. Veinticuatro horas de trayecto te esperan. El día era perfecto. La mar estaba en calma y así sería todo el trayecto, aunque la verdad es que no me hubiera importado un poco de meneo que me recordase que estaba en un navío, no me gustan estos chismes “tan ciudad de vacaciones y tan poco barcos”, aunque este no era excesivamente grande. Estaba bien equipado, el wifi funcionaba y la cerveza estaba fría, algo cara, pero era uno de los gastos imprescindibles del viaje. Además, había que mimetizarse como un guiri más. Sólo me faltaba una piel más blanca y una camiseta roñosa de la NW200.
 
Uno de los problemas de viajar solo es que casi todos los alojamientos están pensados para parejas. Me refiero a que casi pagas lo mismo por una habitación o como en este caso, por un camarote, yendo solo o acompañado. Para ahorrar pillé un sillón en uno de los salones, compartido con más pasajeros. La próxima vez espero disponer de más pasta y hacerme con un camarote. Si tienes suerte das con gente educada, pero te arriesgas a que a un gilipollas le suene la alarma del móvil a las cuatro de la mañana, tarde más de un minuto en apagarla y te joda el resto del sueño… Por no hablar de los ronquidos. Una pena porque el sillón era más o menos cómodo.


Al mediodía llegamos a Portsmouth. Varios buques de guerra de la Royal Navy te dan la bienvenida según avanzas por el canal. Algunos quizá sean los mismos que se dejan ver de vez en cuando haciendo maniobras por Gibraltar. Ya se sabe, cosas de la guerra fría
 
La emoción del desembarco hizo que me olvidase del cansancio y la pequeña resaca. En la bodega me esperaba mi amiga italiana meneando el escape. A ella también le había hecho ilusión navegar por el Golfo de Vizcaya y estaba deseando que sus zapatos catasen el asfalto inglés. Arrancamos, salimos del buque muy concentrados por aquello de circular por la izquierda por primera vez. Un policía muy serio me pide los papeles en su garita y me dice que me baje el neopreno para verme la cara. Lo que ve es una enorme sonrisa en el rostro de un tipo que está comenzando a soñar.


El TTour en Nostromoción:
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   · II) Inglaterra & Escocia.
   · III) Escocia.
   · IV) Escocia & Inglaterra.
   · V) Tourist Trophy. Isla de Man (I).
   · VI) Tourist Trophy. Isla de Man (II).
   · VII) Tourist Trophy. Isla de Man (III).
   · VIII) Tourist Trophy. Isla de Man (IV).
   · IX) Tourist Trophy. Isla de Man (V).
   · X) Tourist Trophy. Isla de Man (VI).

 

4 comentarios:

  1. El TT es el acontecimiento más importante en la vida de un motard... de un hombre, ¡Qué coño! Hay que vivirlo en primera persona para entender su verdadera magnitud. Gran relato, esperamos ansiosos el siguiente capítulo.

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    1. Gracias! Sí, yo siempre he dicho que es La Meca de todo motard! :)

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